Todo pasa, acaba o cambia

 

Acaba la tarde como acaba todo; se ha ido desgastando la tenue luz diurna difuminada en el oscuro halo de la noche cercana, plena de estrellas escondidas tras un cubierto cielo de otoño.

Se desgasta la piel dejando escamas olvidadas en las superficies ásperas o bruñidas de los objetos cotidianos.

El pensamiento se agota de silencios, emociones, sueños y temores que se acurrucan como una gran pila de queridas ropas gastadas.

Se apaga el sonido de las horas que sin conciencia ni objetivo se marchan manteniendo entre ellas siempre la misma distancia.

Desaparece el invadido espacio con el volumen de los cuerpos dispersos o agregados, que van sumando formas y contornos.

Se dispersa el invisible aire viajero pegado en los suaves silbos de una luna ausente; sus fugaces rayos resbalan por el madoroso bosque encandilando a los escarabajos que ya torpemente mueven sus antenas y se duermen.

Se rasga el silencio espantado por el ladrido de los perros dilucidando sonidos por entre la clara niebla que candorosa se eleva desde la tierra.

 Se distiende el sobrecogimiento, la conciencia del momento que se va y no regresa.

 

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